Wednesday, December 03, 2008

La
cuestión de la escritura
en el
Fedro de Platón.


I.-
Cuando anhelamos frente a la superficie de una página en blanco que la verdad nos salga al encuentro, lo que adviene es la escritura: ninguna razón, sólo un hacer, ningún sentido, sólo fuerzas y energía encaminadas por una técnica. La escritura es una producción que no necesariamente tiene vinculación con verdad alguna, sin embargo será su desorden, su arte combinatoria, su serie anagramática o, mismo, en algún momento, su propia autorreferencialidad, los que, como posibilidad de generar sentido, mantengan en vilo las tensiones y las fuerzas en juego durante su producción.

Un mundo en expansión está, incesantemente, enfrentándose en los confines, con la novedad. El mito dice que Prometeo era en verdad el más sabio de su raza, no sólo creó al hombre; con la ayuda de Atenea le enseñó la arquitectura, la astronomía, las matemáticas, la navegación, la medicina, la metalurgia y otras artes útiles , sino que a veces suplicante y otras veces con atrevimiento (como cuando roba el fuego), supo protegerlo y mantenerlo a distancia de Zeus (que había decidido extirpar a toda la raza humana irritado por sus crecientes aptitudes y facultades) .(Cf. Robert Graves, Los Mitos griegos T. 1, pg 165. Ed. Losada, Bs.As 1967).

II.-
Y si de invenciones o técnicas se trata, así nos refiere Platón, con un mito, la invención, entre otras artes, de la escritura:

“Me contaron que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un dios, uno de los más antiguos del país, el mismo al que está consagrado el pájaro que los egipcios llaman Ibis. Este dios se llama Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo, la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados y, en fin, la escritura. El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto Egipto que los Helenos llaman Tebas egipcia y que está bajo la protección del dios que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas y Teut le fue explicando en detalle los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos satisfactorias, Tamus, aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor, en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo enumerar. Cuando llegaron a la escritura: “¡Oh, Rey! –le dijo Teut- Esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su memoria, he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener. Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso de la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos, cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la memoria sino de despertar reminiscencias y das a tus discípulos la Sombra de la ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios y no serán más que ignorantes en su mayor parte y falsos sabios insoportables en el comercio de la vida.”(Platón, Fedro)

Nos ocuparemos entonces de los comentarios que le merece a Sócrates/Platón el tema de la escritura en particular, en el Fedro.



III.-
El Fedro nos propone una trama de íntimas relaciones temáticas que, sin duda, responden al rigor metodológico de la dialéctica platónica. Sin perjuicio de atender a cada una de sus partes en forma independiente, el discurso en su totalidad puede ser interpretado como una exposición ejemplar según la opinión de Platón sobre cómo debe tratarse un tema para no incurrir en falsedades o pensamientos alejados de la verdad.

La temática del Fedro aborda el amor, la belleza, el alma y la retórica, pero todos esos temas articulados están organizados de tal modo que constituyen un tratamiento dialéctico ejemplar. El análisis de cada tema le servirá a Platón como desarrollo necesario para alcanzar la síntesis dialéctica.

El método dialéctico requiere distinguir mediante definiciones y comparaciones, semejanzas y diferencias no sólo entre el objeto en cuestión sino también entre los términos de las premisas (confrontar los discursos): definir el objeto (el amor) y considerar el alma al que se dirige el discurso, de tal modo de poder argumentar con fundamentos verdaderos que se sostengan en los conceptos paradigmáticos que se hallan en el Sumo Bien.

Hay una transición valorativa que va de los primeros discursos del diálogo que contenían juicios condenatorios contra el amor, al segundo discurso de Sócrates y a la conclusión donde se enaltece el amor a la sabiduría, hermanándolo mancomunadamente con el mismo guión del diálogo, con el tema principal: el método dialéctico y el repudio de la retórica. El amor ha operado como alegoría del tema central, porque es el mismo amor que se debe a la sabiduría.

La tercera parte del diálogo está constituida por la conclusión a la que se arriba después de confrontar los argumentos de los dos primeros discursos y los contra-argumentos del último discurso de Sócrates. La conclusión versa entonces sobre la retórica: cómo determinados discursos aluden solo por verosimilitud y esquivan a la verdad; el arte retórico debe ser más que una mera técnica y no debe excluir el tratamiento del verdadero conocimiento.

Platón expone como síntesis dialéctica las diferencias entre el procedimiento retórico y el dialéctico. El primero aparece vinculado a la doxa, supone una forma de conocimiento que carece de modelo formal, de tal modo que sus métodos informales comparan los términos en discusión basándose en la verosimilitud, reproduciendo con esto solo una copia del paradigma. El procedimiento dialéctico, en cambio, aparece relacionado con el conocimiento de la forma general del discurso y por lo tanto con la verdad del paradigma postulado como más adecuado, permitiendo deducir premisas que además de probables sean plausibles y generalizables

La dialéctica debe prevalecer sobre la retórica en función de un beneficio social: la importancia de trasmitir una verdad bien fundada en la ciencia de la razón dialéctica. En contraposición a la retórica que supone un conocimiento basado en conjeturas (doxa) que acaba confundiendo con su simulacro (que es una reproducción imperfecta de la razón) y del que hay que cuidarse porque a pesar de sus informalidades tiene una inquietante repercusión social.

El Fedro se constituye en una pieza ejemplar para exponer el debido discurso que por aplicación de la dialéctica alcanza las conclusiones sólidas: las palabras verdaderas están escritas en el alma, y solo son propias del dialéctico o filósofo.


IV.-
En este despliegue del mito al logos, siguiendo su derrotero podemos ver que la palabra ha tomado la torción moebiana necesaria para terminar representando una realidad muy diferente: del relato mítico, del poema homérico, a la palabra dialéctica. Surgida de la polémica política, habiendo pasado por la palabra religiosa (la del dios de justicia, la del oráculo): sea en el orden que sea, la palabra ha representado la expresión de la verdad, tanto la vía de comunicación de los dioses, como la decisión política.

Cuando terció lo escrito, amenazando con subvertir y desacoplar los engranajes y el orden dialécticos de la palabra verdadera y del verbo divino, el discurso político, el discurso filosófico y el discurso mágico religioso conforman una red, un tejido de tensiones respecto de su eficacia, utilidad y aún respecto de su sentido.

La urdimbre de este tejido se asienta en los bastidores de la razón y de la polémica (la dialéctica); las coordenadas cartesianas de los ejes “y/x” se cruzan en el vértice “cero” de la palabra.

La razón será la expresión de determinada proporcionalidad, de determinada justicia y equilibrio en las divisiones y en los repartos; una razón basada técnicamente en la matemática y en el orden geométrico que reconoce fuertes influencias de la astronomía.

En efecto, en el ámbito político, la palabra ahora recurrirá a lo escrito y tendrá la forma de la ley, y será la expresión de esa razonabilidad. Será la manera de fijar el arreglo socio-político una vez resuelta la discusión y la polémica; signarlo de tal modo que en lo sucesivo, nadie pueda desconocerlo, ni deba ser reformulado. En esta disposición, en la ley, la escritura se presta francamente para satisfacer el fin perseguido y dejar estatuida la palabra que ha sido resultado de la discusión en la que alguien ha triunfado en su esfuerzo por establecer cierto orden.

Por el contrario, para el discurso mágico religioso, signado él mismo por una tradición de la oralidad basada en la memoria, la escritura comportará una amenaza, un territorio apropiado para la falsedad, la doxa, o por lo menos, la escritura se mostrará como el ámbito de la palabra infundada sin sustento verdadero. En esta línea podemos leer la crítica del Fedro, que tanto se refiere a la oratoria como a la escritura.

Pero el tercer discurso, el filosófico, hijo legítimo, tanto del discurso mágico religioso como del discurso político, abrirá su propia brecha, haciendo propia la escritura, haciéndola hábito, como territorio de sus despliegues.


V.-
En el Fedro Platón ofrecerá un método que asegure el éxito, un método imprescindible para formular una palabra verdadera. Nos dará su versión de un verdadero arte de la palabra.

Desarrolla los principios y requisitos elementales: definición del objeto; desarrollo de las ideas; descomposición de lo complejo (método analítico, que es el modo de aprender a hablar y pensar), reconocimiento del alma del interlocutor (cuando el orador sepa adecuar su discurso a las diferentes almas “sólo entonces poseerá el arte de la palabra”); establece la diferencia entre dominar las nociones preliminares de un arte pero no el arte mismo, en tanto estas técnicas pueden representar un mero artificio que podrá referir a la verosimilitud pero nunca a la verdad.

Platón, militante de la verdad de inspiración divina, sólo reconoce legitimidad a la palabra expresada bajo el entusiasmo de la posesión divina: el furor promovido por el delirio que animan las musas, el oráculo apolíneo, los iniciados a Dionisos y el delirio del amor que es el más divino de todos.

En efecto, si uno de los protagonistas principales del diálogo es el amor, el trasfondo del diálogo aludirá alegóricamente al amor por la verdad, el amor por la sabiduría, el fundamento de la actitud filosófica.

En este contexto la controversia principal será en torno de la retórica, en cuanto se trata de una colección de técnicas que si no siguen el rigor del método dialéctico, no podrá superar una peligrosa verosimilitud.Peligrosa verosimilitud que inquieta la preocupación de Platón por la transmisión, comunicación, educación y enseñanza de la verdad.

En ese aspecto, la escritura es una expresión signada por la debilidad. Lo escrito requiere de su autor para defenderse, no responde a las preguntas, puede caer en manos ignorantes que mal interpreten la lectura y no puede adecuarse a la naturaleza del alma del interlocutor.

“El que piensa transmitir un arte consignándolo en un libro y el que cree a su vez tomarlo de éste, como si estos caracteres pudiesen darle alguna instrucción clara y sólida, me paree un gran necio; y seguramente ignora el oráculo de Ammon si piensa que un escrito pueda ser más que un medio de despertar reminiscencias en aquel que conoce ya el objeto de que en él se trata.”(Platón, Fedro)



VI.-
La escritura como toda innovación tecnológica, en sus albores es dada a la mimesis con las tecnologías que la anticiparon, sólo el devenir le dará la posibilidad de desplegarse según sus cualidades y generar un sentido diferente.

La técnica de la oralidad (heredada de un orden mítico sostenido por la memoria) se basaba en el prestigio tradicional de una autoridad legitimada por el carácter de privilegio y excepcionalidad de aquellos que estaban poseídos por los dioses y eran capaces de pronunciar una palabra verdadera.

Es manifiesto que la escritura no comparte estos rasgos de pertenencia. Ni siquiera se halla animada por la movilidad del alma: es un hacer del registro de la producción y queda estanco. Mientras la palabra verdadera está inscrita en el alma y participa por tanto de esta idoneidad: la vía de comunicación con los dioses, la inmortalidad. La palabra verdadera está vinculada a la intimidad, el proceso veritativo es íntimo, producto del trabajo del alma.

En cierto sentido, la vocación socrática por la oralidad en contra de la escritura viene concatenada con la tradición místico religiosa en cuanto al origen sobrenatural de la verdad: el hombre no produce verdad; capacitándose, ejercitándose, podrá descubrirla o interpretarla, porque la verdad es como el oráculo: es lo que fue, es y será. La verdad es de un orden sobrehumano que preexiste al hombre, y éste como hemos dicho, podrá descubrirla, interpretarla, pero nunca producirla.

Esta polémica no está ajena al juego de fuerzas y estrategias que desarrolla el poder. La memoria y la oralidad comportan la autoridad y el prestigio necesarios para sentar las bases de la sociedad. Religión y política abrevan de la tradición: la memoria que a través de la palabra trae al presente los argumentos y fundamentos que explican sobradamente la moral y la ética que el sistema platónico intenta reconstruir ante el fracaso de la Polis.

La oralidad por sí misma expone, como técnica, un sistema y orden de poder: tecnología, ingeniería, estrategias que administran y ponen en circulación las fuerzas y tensiones políticas y sociales. “Memoria y oralidad” es la industria, la usina. La máquina de sentido. Es consecuencia de determinadas condiciones de posibilidad y, a su vez, se replicará convirtiéndose ella misma en condiciones de posibilidad de determinada ideología.

“Memoria y oralidad” es la técnica de dominación: el que está legitimado para hacer uso de la palabra ejerce la autoridad en tanto es un ser de privilegio y singularidad. Esta oligarquía de la palabra hablada que supo detentar el poder en el orden mítico (del pensamiento único) querrá reivindicar su autoridad una vez que colapsó el sistema de la polis. La caída del iluminismo, y cierto desencanto, retrotraen a la palabra al discurso arcaico.

La locura, que tantos bienes nos depara según Platón, es aquello que coloca al hombre en un estado de singularidad y enajenación que como hemos señalado, devendrá en singularidad y privilegio. La palabra es pues un fenómeno de extrañación, de enajenación: cuando el ser excepcional, poseído, habla, no es el quien habla sino que es el dios. La verdad es un fenómeno divino.

Se trata pues de las tecnologías y de lo que éstas posibilitan y permiten pensar. La creación y la invención de la escritura, Prometeo y el fuego, la apropiación de una técnica capaz de producir sentido, es sospechada como agravio a la divinidad, como subversión de la ley del padre.

La reseña de la controversia entre escritura y oralidad, en la reconstrucción del escenario griego, expone en buena medida, como objeto de análisis, nuestra preocupación actual por la constitución de las diferentes subjetividades en las que se instalan y sobre las que se ejecutan las estrategias del poder.

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